Un adiós constante.


Miras al suelo, esperando que no vea tus ojos tristes, aprietas los puños para conseguir que de tu anudada garganta salga un tímido "hasta pronto"que no sabes si volverá que, no sabes cuando se cumplirá.

Estas sentada, escuchando una vez más las charlas de aquella apagada vida, y como de repente sientes que algo se te rompe dentro, es la hora, es la hora en la que te tocaría a ti estar en el anden de esa estación diciéndole adiós. En cambio estas ahí escuchando que pensaba San Agustín del devenir de los seres, de la vida.
Quieres levantarte y correr, quieres llorar, quieres gritar, quieres tirarlo todo y pedir un poco de silencio para pensar con claridad.
Recuerdas sus ojos llenos de lágrimas y sus palabras, en 7 días estaré de vuelta. Te aferras a esos siete días y desojas una margarita inexistente esperando que vuelva.

Al fin y al cabo, si vuelve, todo se volverá a repetir porque... tendrá que volver a partir.

Miradas inexistentes.


Ahí, sentado, como el que no quiere la cosa.
Sus ojos que están sin estar me miran.
Me recriminan algo que yo nunca hice.
Pero ahora comienzo a sentirme culpable.

No hablan, esta vez tan solo me miran.
Ya hablaron ayer lo suficiente.
Se que piensan que todo fue mi culpa. 
Pero esta vez me miran.  

Solo me miran.